domingo, 4 de diciembre de 2022

LUIS LANDERO, El balcón en invierno


Luis Landero, nacido en Extremadura en 1948, repasa en el libro El balcón en invierno (2014) su infancia y su historia familiar, al mismo tiempo que nos cuenta cómo fue el encuentro con la literatura de un adolescente que había crecido en una casa en la que sólo había un libro.

En este fragmento describe las reuniones familiares en torno al fuego en una época, no tan lejana, en la que casi no había ni electricidad.

Alrededor del fuego, aprendí raros saberes de labios de mis mayores. Ellos tenían un vasto y viejo repertorio de refranes, canciones, adivinanzas, cuentos, leyendas, versos, fábulas, chistes, anécdotas, decires, habladurías, sucesos famosos y verídicos ocurridos desde antiguo en el pueblo o en sus contornos, y uno no se cansaba nunca de escuchar aquellas historias, porque la repetición les daba una pátina que, como a ciertos objetos, las hacía aún más valiosas. Y mientras se contaba, se estaba libre de miedos y amenazas.

Todos sabían contar muy bien, porque todos contaban en el molde en que a ellos les contaron, pero la mejor narradora, y la que más cosas sabía, que parecía un pozo sin fondo, era mi abuela Frasca. Mi abuela Frasca había sido pastora desde la niñez hasta el matrimonio y era totalmente analfabeta, pero dominaba como nadie el arte de contar, y eso se notaba enseguida en el tono, en la línea melódica de la voz, en las pausas, en el movimiento acompasado de las manos, en cómo unía entre sí las frases, que parecía que una atraía como un imán a la siguiente, y lo mismo los episodios, donde uno hacía de larva, otro de crisálida, otro de mariposa, y en el ritmo del relato, ahora lento, ahora rápido, ahora viene una descripción, ahora se crea un suspense que pone en tensión toda la historia, ahora nos ponemos cómicos y ahora trágicos, ahora fingimos que no nos acordamos de un lance crucial del relato, ahora interrumpimos la narración para intercalar una poesía o una canción que viene muy al caso y de las que de ningún modo se puede prescindir, ahora resulta que en plena aventura el héroe se sienta a la sombra de un níspero a merendar de su fiambrera, y ahí tenemos que seguir esperando a que ella diga exactamente lo que comió y lo que bebió, ahora se da una palmada en la frente porque se ha olvidado de contar algo que era muy importante para el cuento, qué mala memoria va teniendo esta vieja, o de pronto nos preguntaba de qué color era el caballo del héroe o cómo se llamaba un personaje que había aparecido al principio solo de refilón y que ahora iba a cobrar una gran importancia, porque resulta que ella tampoco se acordaba, y sin saber el nombre o el color era imposible seguir adelante con la historia, a ver si entre todos logramos acordarnos…

Nosotros la escuchábamos como suelen escuchar los niños lo que les maravilla, con los ojos ayudando a la oreja a oír y con la oreja ayudando a los ojos a ver. Y así, todo un  mundo de fantasía y de palabras malabares vino a poblar mi infancia. Aquellos dichos y relatos fueron los libros que no tuve.


El fragmento nos muestra de forma muy significativa el valor de la narración oral. 

- ¿Qué tipos de textos escuchaba Luis Landero de boca de sus mayores?

- ¿Has tenido alguna experiencia parecida en tu familia?

- Vamos a preparar una actividad de narración oral, para ello, has de seguir estos pasos: 

1. Piensa en alguna anécdota que hayas escuchado en tu familia. Si no la recuerdas con detalle, puedes volver a preguntar a tus abuelos o tus padres sobre ella. 

2. Haz un pequeño guion donde indiques los hechos, personajes y elementos principales de la narración, distribuyéndolos en tres apartados: planteamiento, nudo y desenlace.

3. Practica un poco delante del espejo 😁. 

4. Finalmente, haremos una sesión de narraciones orales en clase. 


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