miércoles, 13 de marzo de 2024

TÓPICO: Descriptio puellae / Donna angelicata

 DESCRIPTIO PUELLAE. (“Descripción de una muchacha”)



Consiste en el retrato pormenorizado y estereotipado de una joven hermosa, haciendo corresponder frecuentemente las partes de su anatomía con elementos preciosos de la naturaleza: cabellos de oro, labios como claveles, dientes como perlas…
- Laura del Cancionero, Petrarca. 
- Beatriz de la Divina Comedia, Dante. 





lunes, 4 de marzo de 2024

CAP. XV

 Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron en el entierro del pastor Crisóstomo, él y su escudero se entraron por (...) un prado lleno de fresca yerba...

Don Quijote y Sancho se detienen a descansar y olvidan atar a Rocinante, quizás por su naturaleza mansa. Sin embargo: 

Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas (jacas), y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. 

Las yeguas lo recibieron con las herraduras y los dientes,  y sus dueños, con palos y estacas, hasta quedar malparado. Cuando don Quijote se percata, insta a Sancho a la lucha, aunque este responde: 

-¿Qué diablos de venganza hemos de tomar -respondió Sancho-, si estos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y quizá nosotros sino uno y medio?

Ante el ataque de don Quijote, los yangüeses responden con sus palos y estacas, "dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante."

domingo, 3 de marzo de 2024

CAP. VIII

 Don Quijote piensa en buscar un escudero que le sirva en sus próximas aventuras. Finalmente convence su vecino Sancho Panza, un labrador, buen hombre, aunque algo simple. Así, provisto de lo necesario, comienza su segunda salida en busca de aventuras. Pronto se encuentran con una de la más famosas: la aventura de los molinos de viento.




TEXTO. En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
-¿Qué gigantes? -dijo Sancho Panza.
-Aquéllos que allí ves -respondió su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
-Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
-Bien parece -respondió don Quijote- que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquéllos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes iba diciendo en voces altas:
-Non fuyades, cobardes y viles criaturas; que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:
-Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar.
Y diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
-¡Válame Dios! -dijo Sancho-. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?
-Calla, amigo Sancho -respondió don Quijote-; que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

CAP. IX

EL MANUSCRITO ENCONTRADO

Recién empezado el libro, en el capítulo VIII, nos encontramos un juego de narradores magistral. De repente, cuando don Quijote, con la espada en alto, arremete contra el vizcaíno se interrumpe bruscamente la narración: 
"... en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito, destas hazañas de don Quijote, de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor (se refiere al propio Cervantes) desta obra no quiso creer que esta curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios papeles que deste famoso caballero tratasen..."

Así, tal y como se cuenta en el capítulo IX, un audaz capítulo metaliterario, encontramos al narrador de la historia deambulando por los comercios de la calles Alcalá de Toledo. Ve pasar a un muchacho cargado con cartapacios rebosantes de papeles usados para vender a un mercader de sedas (en la época, era frecuente envolver las mercancías en hojas arrancadas de libros viejos, como hasta hace poco se hacía con los periódicos). Aunque todavía no lo sospecha, esos viejos documentos contienen la crónica de las aventuras de don Quijote de la Mancha. Dice así:
"Como soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de la calle, tomé un cartapacio de los que el muchacho ofrecía."
Gracias a la curiosidad de ese lector, el manuscrito se salva de envolver piezas de seda, y la novela puede continuar. Este episodio es un juego literario, una ficción urdida por Cervantes como parodia del recurso del manuscrito encontrado que tanto abunda en las novelas de caballerías. Sin embargo, la imagen del chiquillo que vende papel usado por los comercios de la calle Alcalá tiene el aroma de la vida cotidiana, y deja vislumbrar una realidad paralela en la que nuestro gran clásico pudo haber sido destruido hoja a hoja en una anónima sedería de Toledo.




CAP. IV

 En su primera intervención como caballero, don Quijote, que se presenta como "el desfacedor de agravios y sinrazones", se impone como aventura la protección de los débiles: Andrés, un joven de 15 años, está siendo golpeado por su amo debido a la pérdida de varias ovejas. Don Quijote insta al caballero (labrador) a pagar la deuda contraída con el chico. Sin embargo, en cuanto don Quijote se aleja, el joven cobrará redoblados los golpes de su amo. 


- A continuación, se encuentra a unos mercaderes a los que no deja pasar por un camino si no dicen que Dulcinea del Toboso es la dama más bella:

"- Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso."

Rocinante tropieza, don Quijote cae y los mercaderes lo muelen a palos. Un vecino lo ayuda y lo lleva a casa, donde lo reciben su sobrina y el ama de llaves, preocupadas por su ausencia.

CAP. III

 Finalmente, sale de su casa sin ser visto en busca de aventuras. Se hace armar caballero en la primera venta o posada a la que llegó (y que él imaginaba era un castillo), en una ceremonia burlesca y ridícula:


(El ventero) trajo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y leyendo en su manual (como que decía alguna devota oración), en mitad de la leyenda alzó la mano, y dile sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes como que rezaba. Hecho esto, mandó a una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreción, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias. 


CAP. I

 En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.


Las causas de su locura y las consecuencia de todo ello.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura (libros de caballerías), que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Se le llenó la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y se le asentó de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. 
En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. 

Esta locura por los libros de caballería le lleva a la resolución de convertirse él también en caballero andante, a semejanza de los protagonistas de su obras, siguiendo uno por uno todos los pasos de la caballería andante:

- Primero, busca unas viejas armas de sus bisabuelos.

- A continuación, se pone un apelativo propio de caballero y da nombre a su viejo caballo (Rocinante):

Al fin le vino a llamar Rocinante, nombre a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín (...) Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quizo ponérsele a sí mismo; y en este pensamiento duró ocho días, y al cabo se vino a llamar don Quijote. (...) Don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della. 

- Busca entre las mozas de la zona, una dama a la que servir (Aldonza Lorenzo, llamada por él "Dulcinea del Toboso").