miércoles, 20 de enero de 2021

LA NOVELA REALISTA: Vicente Blasco Ibáñez, La barraca

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Vicente Blasco Ibáñez es el novelista valenciano más destacado del Realismo. Destacan sus novelas valencianas: Arroz y tartana, La barraca, Entre naranjos, Cañas y barros.

En ellas, intenta llevar al entorno valenciano los presupuestos del Naturalismo. La mayoría de ellas muestran cómo la tierra y la dureza de las condiciones de vida determinan el carácter y la actuación de los personajes (muchas veces violenta), es decir, el tema del determinismo social. 
Vamos a conocer el argumento de La barraca a partir de la lectura de algunos fragmentos: 


"El libro se desarrolla en la Valencia rural de finales del siglo XIX. Describe con precisión las duras condiciones de vida de la población campesina y agrícola. El tío Barret se ve imposibilitado de seguir trabajando la huerta que habían cultivado sus antepasados durante generaciones al no poder pagar el arrendamiento al propietario de la tierra, D.Salvador. Como consecuencia, todos los vecinos de la aldea, con Pepeta y Pimentó a la cabeza se conjuran para impedir que nadie vuelva a trabajar en esa parcela.
Hasta que llega Batiste y su familia (su mujer Teresa y sus hijos RosetaBatistet y Pasqualet más dos pequeños a los que nunca se pone nombre) que, acuciados por la necesidad, se instalan en la finca abandonada y acceden a cultivarla a cambio de dos años de carencia en el pago del arrendamiento correspondiente. A partir de ese momento se verán infatigablemente acosados por el resto de la comunidad, que los acusaba de plegarse a las exigencias del terrateniente perjudicando con ello los intereses del colectivo.
El hostigamiento llega a su punto culminante cuando los hijos pequeños de la familia Batiste tienen un enfrentamiento con otros niños de la aldea, como consecuencia del cual el pequeño Pasqualet fallece. Un sentimiento de culpa y compasión invade la comunidad.
Pero será temporal. Batiste se enfrenta a Pimentó en una trifulca tabernaria y pocos días después, al ser Batiste disparado, responde hiriendo de muerte a su agresor, el mismo Pimentó. Las represalias no se hacen esperar: la barraca donde habitan los Batiste es incendiada y ellos se ven en la obligación de abandonar el pueblo".
Y aquí podemos leer un fragmento de la misma (descripción detallada del ambiente, condicionante del comportamiento de los personajes):


Despertaba la huerta, y sus bostezos eran cada vez más ruidosos. Rodaba el canto del gallo de barraca en barraca. Los campanarios de los pueblecitos devolvían con ruidoso badajeo el toque de misa primera que sonaba a lo lejos, en las torres de Valencia, esfumadas por la distancia. De los corrales salía un discordante concierto animal: relinchos de caballos, mugidos de vacas, cloquear de gallinas, balidos de corderos, ronquidos de cerdos; un despertar ruidoso de bestias que, al sentir la fresca caricia del alba cargada de acre perfume de vegetación, deseaban correr por los campos.
El espacio se empapaba de luz; disolvíanse las sombras, como tragadas por los abiertos surcos y las masas de follaje. En la indecisa neblina del amanecer iban fijando sus contornos húmedos y brillantes las filas de moreras y frutales, las ondulantes líneas de cañas, los grandes cuadros de hortalizas, semejantes a enormes pañuelos verdes, y la tierra roja cuidadosamente labrada.
Animábanse los caminos con filas de puntos negros y movibles, como rosarios de hormigas, marchando hacia la ciudad. De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas, canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea a las bestias, y de vez en cuando, como sonoro trompetazo del amanecer, rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria, como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día.
En las acequias conmovíase la tersa lámina de cristal rojizo con chapuzones que hacían callar a las ranas; sonaba luego un ruidoso batir de alas, e iban deslizándose los ánades lo mismo que galeras de marfil, moviendo cual fantásticas proas sus cuellos de serpiente.
(...)
En el centro de estos campos desolados, que se destacaban sobre la hermosa vega como una mancha de mugre en un manto regio de terciopelo verde, alzábase la barraca, o más bien dicho, caía con su montera de paja despanzurrada, enseñando por las aberturas que agujerearon el viento y la lluvia su carcomido costillaje de madera. Las paredes, arañadas por las aguas, mostraban sus adobes de barro crudo, sin más que unas ligerísimas manchas blancas que delataban el antiguo enjarbergado. La puerta estaba rota por debajo, roída por las ratas, con grietas que la cortaban de un extremo a otro. Dos o tres ventanillas, completamente abiertas y martirizadas por los vendavales, pendían de un solo gozne, e iban a caer de un momento a otro, apenas soplase una ruda ventolera.
Aquella ruina apenaba el ánimo, oprimía el corazón. Parecía que del casuco abandonado fuesen a salir fantasmas en cuanto cerrase la noche; que de su interior iban a partir gritos de personas asesinadas; que toda aquella maleza era un sudario ocultando debajo de él centenares de cadáveres.


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