En Fortunata y Jacinta Benito Pérez Galdós cuenta la historia de dos mujeres muy distintas:
Jacinta es educada, refinada, delicada, angelical, elegante, de clase alta, burguesa.
Ambas están unidas por el
amor de un hombre, Juan Santa Cruz, pero cada una sufre su propio
"dolor":
Fortunata padece la imposibilidad de que su amor sea aceptado por
las diferencias sociales.
Jacinta sufre por no poder tener hijos y saber de las
infidelidades de su marido.
Al final, será precisamente el hijo el que consiga unir a ambos personajes, los dos mundos. Este final representa todo un interrogante sobre el futuro de la sociedad, una nueva y difícil esperanza.
De hecho, al elegir a dos mujeres de extracción social tan diferente Galdós pretende hacer un reflejo bastante completo de la sociedad madrileña de la
época (desde la más alta burguesía a la que pertenecen los Santa Cruz,
a los barrios miserables y los roces con el lumpen y la marginalidad que rodean
a la pobre Fortunata).
Por ejemplo, las casas de los protagonistas se pueden seguir viendo en el Madrid actual.
Es además una historia en la que su autor entrelaza
magistralmente con los principales acontecimientos históricos de los agitados
años que precedieron y siguieron a la Revolución de 1868.
A poco de acostarse notó Jacinta que su marido dormía
profundamente. Observábale desvelada, tendiendo una mirada tenaz de cama a
cama. Creyó que hablaba en sueños... pero no; era simplemente un quejido sin
articulación que acostumbraba a lanzar cuando dormía, quizás por
causa de una mala postura. Los pensamientos políticos nacidos de las conversaciones
de aquella noche huyeron pronto de la mente de Jacinta. ¿Qué le importaba a
ella que hubiese República o Monarquía, ni que D. Amadeo se fuera o se
quedase? Más le importaba la conducta de aquel ingrato que a su lado dormía tan
tranquilo. El pérfido guardaba tan bien las apariencias, que nada hacía ni
decía en familia que no revelara una conducta regular y correctísima. Trataba a
su mujer con un cariño tal que... vamos, se le tomaría por enamorado. Solo
allí, de aquella puerta para adentro, se descubrían las trastadas. [...]
Pensando en esto, pasó Jacinta parte de aquella
noche, atando cabos, como ella decía, para ver si de los hechos aislados
lograba sacar alguna afirmación. Estos hechos, valga la verdad, no arrojaban
mucha luz que digamos sobre lo que se quería demostrar. Tal día y a
tal hora Juan había salido bruscamente, después de estar un rato muy pensativo,
pero muy pensativo. Tal día y a tal hora, Juan había recibido una carta que le
había puesto de mal humor. Por más que ella hizo, no la había podido encontrar.
Ninguno de estos datos probaba nada; pero no cabía duda: su marido se la estaba
pegando.
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