2ª Parte. 1615. Pesimismo
barroco. Condicionada por el Quijote de
Avellaneda. (Quijotización y sanchificación o desquijotización).
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Cap. I. Restablecimiento
de su enfermedad en casa.
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Cap. III. Diálogo
entre don Quijote, Sancho y el bachiller Sansón Carrasco, acerca de la
publicación de la primera parte de su libro. Juego de realidad y ficción entre
los personajes.
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Cap. IV-VII:
Preparativos para la tercera salida.
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Cap. VIII-X.
Camino del Toboso (“con la iglesia hemos
topado”).
TEXTO. Con esto que
pensó Sancho Panza quedó sosegado su espíritu, y tuvo por bien acabado su
negocio, y deteniéndose allí hasta la tarde, por dar lugar a que don Quijote
pensase que le había tenido para ir y volver del Toboso; y sucedióle todo tan
bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia
donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el
autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas, por ser
ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto, no hay
para qué detenernos en averiguarlo. En resolución: así como Sancho vio a las
labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don Quijote, y hallóle
suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vio, le
dijo:
-Mejor será -respondió Sancho- que vuesa merced
le señale con almagre, como rétulos de cátedras, porque le echen bien de ver
los que le vieren.
-Tan buenas -respondió Sancho-, que no tiene más
que hacer vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la
señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a
vuesa merced.
-¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho
amigo? -dijo don Quijote-. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías
alegrar mis verdaderas tristezas.
-¿Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced
-respondió Sancho-, y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? Pique,
señor, y venga, y verá venir a la Princesa nuestra ama vestida y adornada; en
fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro, todas
mazorcas de perlas, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado
de más de diez altos; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros
tantos rayos del sol que andan jugando con el viento; y, sobre todo, vienen a
caballo sobre tres cananeas remendadas, que no hay más que ver.
Ya en esto salieron de la selva y descubrieron
cerca a las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del
Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo, y preguntó a
Sancho si las había dejado fuera de la ciudad.
-¿Cómo fuera de la ciudad? -respondió-. ¿Por
ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo, que no vee que son éstas,
las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a medio día?
-¡Agora me libre Dios del diablo! -respondió
Sancho-. Y ¿es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el
ampo de la nieve, le parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor, que me
pele estas barbas si tal fuese verdad!
-Pues yo te digo, Sancho amigo -dijo don
Quijote-, que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don
Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen.
-Calle, señor -dijo Sancho-; no diga la tal
palabra, sino despabile esos ojos, y venga a hacer reverencia a la señora de
sus pensamientos, que ya llega cerca.
Y diciendo esto, se adelantó a recebir a las
tres aldeanas; y apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de
las tres labradoras, y hincando ambas rodillas en el suelo, dijo:
-Reina y princesa y duquesa de la hermosura,
vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talente
al cautivo caballero vuestro, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y
sin pulsos de verse ante vuestra magnífica presencia. Yo soy Sancho Panza su
escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha, llamado
por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.
A esta sazón ya se había puesto don Quijote de
hinojos junto a Sancho, y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que
Sancho llamaba reina y señora, y como no descubría en ella sino una moza
aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba
suspenso y admirado, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban
asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de
rodillas, que no dejaban pasar adelante a su compañera; pero rompiendo el
silencio la detenida, toda desgraciada y mohína, dijo:
-¡Oh princesa y señora universal del Toboso!
¿Cómo vuestro magnánimo corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra
sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería?
-Mas, ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro!
¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas,
como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos! Vayan su camino, e déjennos
hacer el nueso, y serles ha sano.
-Levántate, Sancho -dijo a este punto don
Quijote-; que ya veo que la Fortuna, de mi mal no harta, tiene tomados los
caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que
tengo en las carnes. Y tú, ¡oh extremo del valor que puede desearse, término de
la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que
el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y
para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura
y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado
en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de
mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y
arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma
te adora.
-¡Tomá que mi agüelo! -respondió la aldeana-.
¡Amiguita soy yo de oír resquebrajos! Apártense y déjenmos ir, y agradecérselo
hemos.
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Cap. XI-XV. Enfrentamiento
con el Caballero de los Espejos (el bachiller Sansón Carrasco).
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Cap. XVI-XVIII. Encuentro con el caballero del Verde Gabán. Aventura de los leones (Caballero de los leones).
- Cap. XIX-XXI. Las bodas de Camacho.
- Cap. XIX-XXI. Las bodas de Camacho.
-
Cap. XXII-XXIII. Cueva
de Montesinos.
-
Cap. XXIV-XXIX. Diversos sucesos en torno a la venta.
- Cap. XXX-XLI. Palacio de los duques: Clavileño y la dueña Dolorida.
- Cap. XXX-XLI. Palacio de los duques: Clavileño y la dueña Dolorida.
TEXTO. Llegó en
esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo
Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya a don Quijote, pareciéndole que,
pues Malambruno se detenía en enviarle, o que él no era el caballero para quien
estaba guardada aquella aventura, o que Malambruno no osaba venir con él a
singular batalla. Pero veis aquí cuando a deshora entraron por el jardín cuatro
salvajes, vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran
caballo de madera. Pusiéronle de pies en el suelo, y uno de los salvajes, dijo:
-Valeroso caballero, las promesas de Malambruno
han sido ciertas: el caballo está en casa, nuestras barbas crecen, y cada una
de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no
está en más sino en que subas en él con tu escudero, y des felice principio a
vuestro nuevo viaje.
-Eso haré yo, señora Condesa Trifaldi, de muy
buen grado y de mejor talante, sin ponerme a tomar cojín, ni calzarme espuelas,
por no detenerme; tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas
estas dueñas rasas y mondas.
Y con esto
se volvieron a subir en Clavileño (…) Cubriéronse, y sintiendo don Quijote que
estaba como había de estar, tentó la clavija, y apenas hubo puesto los dedos en
ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces,
diciendo:
-¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas!
¡Mira no cayas; que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir
el carro del Sol, su padre!
-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos,
si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando, junto a
nosotros?
-No repares en eso, Sancho; que como estas cosas
y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y
oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad
que no sé de qué te turbas ni te espantas; que osaré jurar que en todos los
días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que
no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo; que, en efecto, la cosa
va como ha de ir, y el viento llevamos en popa.
-Así es la verdad -respondió Sancho-; que por
este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están
soplando.
Y así era ello; que unos grandes fuelles le
estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el Duque y
la Duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer
perfecta.
-Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de
llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo o las
nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera
región; y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región
del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos
abrasemos.
En esto, con unas estopas ligeras de encenderse
y apagarse desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros.
Sancho, que sintió el calor, dijo:
-Que me maten si no estamos ya en el lugar del
fuego, o bien cerca; porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y
estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.
(…) Todas
estas pláticas de los dos valientes oían el Duque y la Duquesa y los del jardín,
de que recibían extraordinario contento; y queriendo dar remate a la extraña y
bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas
estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por
los aires, con extraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el
suelo, medio chamuscados.
En este tiempo ya se habían desparecido del
jardín todo el barbado escuadrón de las dueñas, y la Trifaldi y todo, y los del
jardín quedaron como desmayados, tendidos por el suelo. Don Quijote y Sancho se
levantaron maltrechos, y mirando a todas partes quedaron atónitos de verse en
el mesmo jardín de donde habían partido, y de ver tendido por tierra tanto
número de gente…
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Cap. XLII-LIII. Sancho,
gobernador de la ínsula Barataria.
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Cap. LVIII-LX.
Despedida de los duques y nuevas aventuras. Noticia de la publicación del falso
Quijote. Desvío de su ruta hacia Barcelona.
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Cap. LXIV-LXVI. Derrota
de don Quijote: el caballero de la Blanca Luna (el bachiller Sansón Carrasco) le hace prometer el abandono del ejercicio de las armas por un año.
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Cap. LXVII-LXXIII.
Regreso y promesa de hacerse pastores.
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Cap. LXXIV. LA
MUERTE DE DON QUIJOTE. Llegada a casa, "vencido de los brazos ajenos", aunque "vencedor de sí mismo, que es el mayor vencimiento que desear se puede", como dice Sancho.
Al final se invierten los papeles, don Quijote realista
y Sancho idealista. Pero sobre todo nos queda el desengaño de Cervantes, admitiendo
que al recuperar su personaje la cordura, también recupera el pesimismo ante
este mundo.
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