Decididamente, este fue mi libro del confinamiento. Tras variadas lecturas en dispositivos electrónicos, la llegada de esta obra supuso recuperar el placer de recibir un libro físico, abrirlo, pasar sus páginas, marcarlo, subrayarlo, llenarlo de post-its... Y la casualidad quiso que fuera precisamente El infinito en un junco, ese libro dedicado a los libros, a la historia de su expansión y supervivencia, y a la que esta pandemia ha contribuido con un capítulo más. De hecho, este ensayo o novela, en fin, este homenaje a los libros tan bien escrito por Irene Vallejo, ha sido uno de los libros más vendidos durante estos momentos de demanda cultural para curar las heridas de una pandemia (en una nueva versión del Decamerón)
Un viaje del pasado al presente a través de los libros
El infinito en un junco, con ese título tan poético que nos conduce a las fértiles riberas del Nilo, es un ameno paseo por la historia del libro acompañados en todo momento por la cálida voz de su autora, Irene Vallejo. Comienza el viaje en lejanos parajes de Oriente, donde descubrimos el nacimiento de la escritura y el alfabeto, y seguimos por rutas que conducen a Grecia y Roma, experimentando con los distintos soportes, guardados como auténticos tesoros en las incipientes bibliotecas, hasta dar con ese formato sencillo pero ingenioso e insuperable que es el libro tal y como lo conocemos hasta hoy.
En este viaje literario, los nombres del pasado cobran vida, son reales, y entendemos que sus pasiones lectoras preceden a las nuestras. Es el caso de Alejandro Magno y su loca empresa de la legendaria biblioteca de Alejandría, símbolo que nos permite comprender quiénes somos, trazando una línea que nos une a los lectores actuales con los del pasado. Como dice Irene, en Alejandría “se inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos”, entre los que se incluye la propia autora.
Leyendo El infinito en un junco, adentrándonos en esa Alejandría por la que también pasó Kavafis, nos sentimos acogidos en el infinito mundo de las letras. Con su mirada actualizada del pasado (en la que conecta su amplia cultura cinematográfica, literaria, artística…, última versión del humanista del siglo XXI), Irene Vallejo nos regala un libro lleno de curiosidades y un mensaje claro: la humanidad supo alcanzar a ver el valor de los libros y se aferró a su conservación, dejándonos el mejor legado. Y es que somos la civilización que somos, hemos llegado hasta donde hemos llegado, gracias a los libros.
Cosiendo la historia con palabras
Nuestra guía de viaje, Irene Vallejo, es casi un personaje más dentro de su libro. Lejos del academicismo, su voz tranquila y serena, pero apasionada al hablar de aquello que ama, la ha encumbrado al salón de las costureras de la palabra. Uno de los capítulos más logrados del libro es el dedicado a las mujeres narradoras. Pues bien, Irene se ha ganado, sin duda, un puesto junto a ellas en esa transmisión femenina: por su dominio de las metáforas, por su capacidad de contar y divulgar con la sensibilidad de las auténticas maestras, por la perfecta costura de anécdotas y los pequeños retazos en esta obra total.
El entusiasmo con el que comunica se contagia, por eso se abre un diálogo constante con el lector. A veces es solo un dato desconocido, otras una idea que ya estaba, pero que Irene sabe expresar con tanto acierto que de repente parece nueva…En mi caso, cada página tiene un subrayado, una anotación, una respuesta a una pregunta vibrante.
En ocasiones, Irene incluso se atreve con confesiones personales que se alejan de la Historia con mayúsculas y entonces sientes el susurro de una voz cercana que te cuenta las anécdotas, las curiosidades de un mundo no tan lejano, que se parece mucho al nuestro. En un momento va más allá: es el caso de las desgarradoras confesiones sobre su infancia marcada por el bullying (una palabra que entonces no existía, y por ello, estos comportamientos permanecían en el silencio, ocultos bajo la expresión "es cosa de niños") y cuya salvación vino a través de los libros.
Un libro necesario
Y es que El infinito en un junco es un libro necesario, imprescindible para reconocernos como lectores, un espejo en el que mirarnos: a veces veremos reflejadas nuestras manías lectoras, otras hallaremos consuelo a nuestros males (como en el capítulo desgarrador en que nos habla de casos extremos de personas que sobrevivieron a los campos de concentración alemanes o a los gulags rusos gracias al poder inspirador de los libros)...
En cualquier caso, su lectura nos ayudará a entender que crecemos como sociedad cuando nos apoyamos en los escalones que antes construyeron otros con tanto esfuerzo. Irene nos hace sentirnos unos privilegiados, a la vez que unos pequeños guardianes de los libros. Desde esta consciencia, en nuestras casas y bibliotecas, contándoles cuentos a nuestros hijos, hablando de literatura a nuestros alumnos, nos sentimos un eslabón más y comprendemos que el libro, ese invento tan sencillo y frágil, pero mágico y perfecto, pervivirá siempre.
Un capítulo infinito en la historia del libro
Con pena y ganas de más cierras El infinito en un junco, pero compensa saber que el libro no acaba aquí, aquí solo empieza una serie de enseñanzas que pueden transmitirse en futuros años de docencia. Es un libro al que volver una y otra vez, hasta el infinito.
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