1ª Parte. 1605. Optimismo y
humor.
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Cap. II. Primera
salida: la venta que cree castillo.
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Cap. IV. Primeras aventuras: El joven Andrés es apaleado por su amo. Los
mercaderes muelen a palos a don Quijote.
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Cap. V. Un vecino
le ayuda y lo lleva a casa, donde lo reciben la sobrina y el ama de llaves.
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Cap. VI.
Escrutinio de la biblioteca por parte del cura y el barbero. Se salvan libros
como La Galatea, del propio Cervantes
o Tirant lo Blanc y Amadís de Gaula.
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Cap. VII. Segunda
salida. Convence a Sancho Panza como escudero.
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Camino de “Puerto
Lápice”. Enfrentamiento con los frailes y con el vizcaíno (historia truncada).
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Cap. IX. El
recurso del “manuscrito encontrado”: Cide Hamete Benengeli. Final de la
historia del vizcaíno.
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Cap. X. Razonamientos
entre don Quijote y Sancho: sobre la condición de caballero, sobre la ínsula
prometida, el bálsamo de Fierabrás, etc.
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Cap. XI-XIV.
Pasan la noche con unos cabreros. Historia intercalada (la historia de la
pastora Marcela: NOVELA PASTORIL).
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Cap. XV. Aventura de los yangüeses (gallegos). Rocinante y las yeguas.
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Cap. XVI. La
venta que imaginaba ser castillo: Maritornes.
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Cap. XVII. Siguen
en la venta. El bálsamo de Fierabrás. Mantean a Sancho.
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Cap. XVIII. Los
rebaños de ovejas – Ejércitos de Alifanfarón y Pentapolín (el del arremangado brazo)
TEXTO. -Éste es el día ¡oh Sancho! en el
cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; éste es el día,
digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo,
y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por
todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho?
Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables
gentes por allí viene marchando.
-A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-;
porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era
la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos
ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa
llanura. Porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas
batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los
libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era
encaminado a cosas semejantes; y la polvareda que había visto la levantaban dos
grandes manadas de ovejas y carneros, que por aquel mesmo camino de dos
diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta
que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos,
que Sancho lo vino a creer, y a decirle:
-¿Qué? -dijo don Quijote-. Favorecer y ayudar a
los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que éste que viene por
nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, señor de la
grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo
el rey de los garamantas, Pentapolín del Arremangado Brazo, porque siempre
entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.
-Quiérense mal -respondió don Quijote- porque
este Alifanfarón es un furibundo pagano, y está enamorado de la hija de
Pentapolín, que es una muy fermosa y, además, agraciada señora, y es cristiana,
y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de
su falso profeta Mahoma, y se vuelve a la suya.
Y desta manera fue nombrando muchos caballeros
del uno y del otro escuadrón, que él se imaginaba, y a todos les dio sus armas,
colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginación de su nunca
vista locura (…)
-¿Cómo dices eso? -respondió don Quijote-. ¿No
oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los
atambores?
-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace,
Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es
turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que
tanto temes, retírate a una parte y déjame solo; que solo basto a dar la
victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.
Y diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante
y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo.
-Vuélvase vuestra merced, señor don Quijote; que
voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir!. Vuélvase,
¡desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? Mire que no hay
gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni
enteros, ni veros azules ni endiablados. ¿Qué es lo que hace, pecador soy yo a
Dios ?
-Ea, caballeros, los que seguís y militáis
debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo,
seguidme todos: veréis cuán fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón
de la Trapobana.
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón
de las ovejas, y comenzó de alanceallas, con tanto coraje y denuedo como si de
veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la
manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero viendo que no
aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con
piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes,
discurriendo a todas partes, decía:
-¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a
mí; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y
quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta.
Llegó en esto una peladilla de arroyo y, dándole
en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho,
creyó, sin duda, que estaba muerto o malferido y, acordándose de su licor, sacó
su alcuza, y púsosela a la boca, y comenzó a echar licor en el estómago; mas
antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó
otra almendra y diole en la mano y en el alcuza, tan de lleno, que se la hizo
pedazos, llevándole, de camino, tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y
machucándole malamente dos dedos de la mano. Tal fue el golpe primero; y tal el
segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo.
Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto; y así, con mucha
priesa recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de
siete, y sin averiguar otra cosa, se fueron.
Estábase todo este tiempo Sancho sobre la
cuesta, mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas,
maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le había dado a conocer.
Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de
la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte, aunque no había perdido el
sentido, y díjole:
-¿No le decía yo, señor don Quijote, que se
volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de
carneros?
-Como eso puede desparecer y contrahacer aquel
ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales
hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de
la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los
escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por
mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno
y síguelos bonitamente, y verás como, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven
en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos,
como yo te los pinté primero. Pero no vayas agora, que he menester tu favor y
ayuda; llégate a mí y mira cuantas muelas y dientes me faltan; que me parece
que no me ha quedado ninguno en la boca.
Llegóse Sancho tan cerca, que casi le metía los
ojos en la boca; y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago
de don Quijote; y, al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí,
más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las
barbas del compasivo escudero.
-¡Santa María! -dijo Sancho- ¿y qué es esto que
me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre
por la boca.
Pero reparando un poco más en ello, echó de ver
en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza, que
él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el
estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de
perlas (...)
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Cap. XIX.
Aventura con la comitiva que llevaba a un muerto. Salen bien. Sancho da el
sobrenombre de “El caballero de la triste figura”, que don Quijote acepta
gustoso, como cosa del historiador de sus aventuras.
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Cap. XX. La
aventura de los batanes. Acaban riéndose el miedo que han pasado toda la noche
por un ruido que identificaban con la aventura más peligrosa. Don Quijote
prohíbe a Sancho hablar tanto, pues no es propio de la caballería andante que
el escudero hable tanto con su señor.
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Cap. XXI. El
yelmo de Mambrino (explicación de bacía). Conversación: don Quijote resume el
argumento tópico de una novela de caballería, como ejemplo de lo que le ha de
ocurrir.
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Cap. XXII.
Episodio de los galeotes (“De la libertad
que dio Don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban
donde no quisieran ir). La historia de Ginés de Pasamonte dentro del género
de la novela picaresca (comparada con el Lazarillo de Tormes).
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Cap. XXIII-XXXI.
Retirada a Sierra Morena para hacer penitencia, con las aventuras que en ella
se viven. Se retiran para evitar ser apresados por la Santa Hermandad, tras el
episodio de escarmiento de los galeotes.
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Cap. XXXII-XXXIV.
Regreso a la venta de Maritornes. Lectura
de la novela del Curioso impertinente.
Historia del cautivo. (novela morisca)
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Cap. XXXV. Los
odres de vino.
TEXTO. Poco más quedaba por leer de la
novela, cuando del caramanchón donde reposaba don Quijote salió Sancho Panza
todo alborotado, diciendo a voces:
-Acudid, señores, presto y socorred a mi señor, que anda envuelto
en la más reñida y trabada batalla que mis ojos han visto. ¡Vive Dios, que ha
dado una cuchillada al gigante enemigo de la señora princesa Micomicona, que le
ha tajado la cabeza cercen a cercen, como si fuera un nabo!
-¿Qué decís, hermano? -dijo el Cura, dejando de leer lo que de la
novela quedaba-. ¿Estáis en vos, Sancho? ¿Cómo diablos puede ser eso que decís,
estando el gigante dos mil leguas de aquí?
-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la
pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no será menester, porque, sin duda
alguna, el gigante está ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala
vida; que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un
lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.
-Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote o don
diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a
su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece
sangre a este buen hombre.
Y con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a
don Quijote en el más extraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era
tan cumplida, que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás
tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y
no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado grasiento, que era
del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con
quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; y en la derecha,
desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo
palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo
bueno que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que
estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginación de la
aventura que iba a fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de
Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas
cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el
aposento estaba lleno de vino. Lo cual visto por el ventero, tomó tanto enojo,
que arremetió con don Quijote, y a puño cerrado le comenzó a dar tantos golpes,
que si Cardenio y el cura no se le quitaran, él acabara la guerra del gigante;
y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero
trujo un gran caldero de agua fría del pozo, y se le echó por todo el cuerpo de
golpe, con lo cual despertó don Quijote; mas no con tanto acuerdo, que echase
de ver de la manera que estaba.
-Ya yo sé que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez,
en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y
porrazos, sin saber quién me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no
parece por aquí esta cabeza que vi cortar por mis mismísimos ojos, y la sangre
corría del cuerpo como de una fuente.
-¿Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos?
-dijo el ventero-. ¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa
que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este
aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?
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Cap. LII.
Aventura con los que sacaban en procesión a la Virgen. Regreso a casa con
engaño, encerrado en una jaula. Promesa de una tercera salida.