Ahora que vamos a empezar con los cuentos de El conde Lucanor, no está de más que recordemos uno de los modelos en el que se inspira (Las mil y una noches). Su protagonista, Sherezade, así como su estructura siguen repitiéndose en cuentos actuales como este:
IMAGÍNATE QUE TE QUIERO.
El graffiti, con una horrenda
caligrafía y sin ningún afán artístico, pudo ser leído por todos al llegar aquella mañana a las puertas del instituto:
IMAGÍNATE
QUE TE QUIERO
La
sorpresa fue mayúscula. El instituto siempre había estado libre de pintadas, lo cual era un misterio
porque en la ciudad proliferaban en cualquier
pared libre que tuviera más de
un metro de ancho.
-Verás cuando lo vea el dire.
-Verás cuando lo vea el dire.
-¿A quién se le habrá ocurrido?
-Ya ni
aquí nos libramos.
-¡Qué
romántico!
-¡Qué
mal gusto!
-A mí, seguro que me lo han escrito a mí.
Mario
escuchaba los comentarios
mientras se dirigía a clase y aún allí el tema siguió presente, desde el saludo del profesor, abominando de los salvajes
que se dedicaban a destrozar la estética
de la ciudad, hasta los cuchicheos
de Silvia, que le interesaban bastante más que las opiniones de su profe de Matemáticas.
-¿Quién
habrá sido? ¿Por qué lo habrán escrito?
Mario
no perdió la oportunidad. Desde que empezó el curso y se fijó en Silvia,
esperaba cualquier excusa que le
permitiera acercarse a ella, y
desde luego no le había pasado desapercibido
el afán de enterarse de todo que
tenía la muchacha, esa bendita
curiosidad que él iba a
aprovechar.
-No es
difícil de imaginar.
-¿Que
no? ¿Qué imaginas tú, Mario? El
profesor ya había empezado la clase, así que Mario susurró: "luego, en el
recreo". Le encantó ver a Silvia inquieta
las primeras horas de clase y
dirigiéndole miradas urgentes
que le indicaban que había conseguido captar su atención y que estaba esperando
ansiosamente el recreo.
-Mira,
no hay más que fijarse en la letra
y en el tipo de tinta. No todo el mundo va con sprays marrones en los bolsillos
-sentado en la escalera de la entrada, Mario tenía un pequeño auditorio
interesado en sus palabras aunque él sólo miraba a Silvia-. La letra es
malísima y desigual. El color nada llamativo, poco artístico, así que tiene que
ser alguien que no ha hecho un graffiti en su vida. Además, si os fijáis,
parece que iba a seguir escribiendo; tiene el aspecto de una pintada
incompleta. Igual pasó alguien, o tuvo miedo de que lo vieran o la persona a la
que escribía le dijo que no hacía falta que siguiera.
-Entonces,
¿tú piensas que es un hombre? -le preguntó Silvia.
-Yo
creo que es un chico joven, como nosotros. Creo que pasa por aquí delante
habitualmente, con su novia en la moto.
-¿Por
qué en la moto?
Mario
continuó con su hipótesis.
-No
sé, lo imagino así. El graffiti es precipitado, no es bonito. Parece que ha
elegido el instituto porque le cogía de paso, porque era la pared más cercana
en aquel momento. Ni siquiera parece haberle importado que el color marrón
destaque poco sobre los ladrillos rojos. Creo que estaba peleando con su novia,
que peleaban habitualmente. Que ella desconfiaba de su cariño y que él, para
demostrárselo, decidió hacer algo extraño en él: buscar cualquier pintura,
saltar la valla de un edificio público, pintar... Primero pensó escribirle una
declaración de amor, pero luego pensó en un reto y lo hizo allí, delante de
ella, adelantándole las palabras que iba a escribir. Ella no lo dejó terminar.
Creo que la sorprendió el gesto, que la conmovió. Puede que por algún tiempo
abandone sus dudas, que lo mime...
Cuando
Mario suspendió su discurso, el grupito reaccionó sorprendido.
-Hijo,
qué imaginación -soltó una de las amigas de Silvia. Ésta parecía extasiada.
Dirigió una mirada soñadora a las motos aparcadas en la puerta. La gente había
empezado a abandonar el patio y a dirigirse a las clases. Mario oía retazos de
conversaciones con los temas habituales y sonrió ligeramente. Se alegró de que
Silvia pareciera ser la más interesada en el graffiti, en la historia del
graffiti. Hubiese preferido que estuviera más interesada en él que en sus
historias, pero a falta de pan...Al día siguiente la pintada seguía en su
sitio. Mario, en el recreo, volvió a sentarse en las escaleras, en el mismo
sitio del día anterior, deseando que Silvia acudiera, dispuesto a inventar cualquier
historia para ella. Y no supo si fue la fuerza de su deseo, pero antes de
acabarse el bocadillo apareció con una de sus amigas.
-Mario,
la historia que nos contaste ayer... ¿es que tú conoces a esa gente?
-No, Silvia,
no los conozco. A veces he visto por el barrio alguna pareja en moto, a veces
los he oído discutir. Lo demás lo he imaginado. Uno puede imaginar cualquier
cosa. Algunas noches también he visto a dos chavales que corren por aquí.
Imagínate que uno de ellos se ha enamorado del otro pero que tiene miedo de
decírselo porque sabe que sus preferencias son distintas a las suyas.
-¿Un
marica?
-¿Por
qué no? Llevan mucho tiempo compartiendo esos entrenamientos nocturnos. Hablan
de competiciones, miden tiempos, comparten información. Uno de ellos no tiene
ni idea de lo que siente el otro; ni siquiera sospecha que sea homosexual. Y
éste, cada vez más atenazado por su secreto, decide hacérselo llegar, de alguna
manera. Una noche lleva riñonera y un spray, salta la valla, pinta y sigue
corriendo. El amigo se queda estupefacto. Primero, de verlo alejarse y saltar.
Va a preguntarle qué es lo que está haciendo pero lee la pintada y se queda
mudo. Piensa en silencio y sólo le dice que está loco. No se atreve a preguntar
nada. Empieza a sospechar y a atar hilos sueltos. Le da miedo hablar, perder a
su compañero de entrenamientos y ni siquiera sabe si al día siguiente va a ser
capaz de salir a correr con él.
-Seguro
que lo manda a hacer puñetas -a la amiga de Silvia el comentario le ha salido
del alma.
-Yo
anoche los vi correr -afirma Mario sonriendo. Silvia lo mira con una mezcla de
desconfianza, sorpresa e interés. ¿A qué está jugando Mario?. Ayer le cuenta
una historia romántica preciosa y hoy sale con este extraño rollo de los
corredores. Pero Mario no le da tiempo para que pregunte nada; prácticamente la
deja con la palabra en la boca y le dice que tiene que irse a clase, que el
recreo hace cinco minutos que ha terminado. Luego, en clase, él está tan atento
como siempre a las explicaciones de los profesores, o al menos eso parece.
El
tercer día después del graffiti, Mario encuentra a Silvia cuando él llega a las
escaleras. Ella se le ha adelantado y está allí con su amiga del día anterior.
-Venga
Mario, te estamos esperando. No te nos escapes como ayer. Explícanos de verdad
qué sabes tú del graffiti.
Mario
sonríe verdaderamente divertido. Nunca pensó en un éxito tal.
-Pues
sí que sé la historia de verdad, pero no sé si debo contarla. Ha llegado hoy a
mis oídos por casualidad, de la manera más extraña.
-Venga
Mario, no seas así, enróllate.
Mario
mira alrededor por comprobar si alguien escucha pero los demás están en lo
suyo.
-El
graffiti lo ha hecho un profesor -dice, y calla observando las miradas
incrédulas de las dos amigas-. Se ha enamorado de una compañera. Ella está
casada, pero es muy fantasiosa y él ha pensado que podía ser una manera
divertida de atraerla. Ella se ha enfadado mucho cuando él se lo ha dejado
caer, pero da la impresión de que ha logrado un primer paso. Parece increíble.
-¿Y
quiénes se supone que son los dos profesores? -pregunta Silvia inquisidora.
Mario
vuelve a mirar alrededor y baja un poco la voz.
-El de
Matemáticas..., y la de Ética.
A sus
palabras le responden dos sonoras y estruendosas carcajadas.
-Eres
el colmo. ¡Qué embustero! ¿Es que no nos vas a decir la verdad?
-El de
Matemáticas... y la de Ética... ¡Venga ya!
Las
muchachas lo miran y vuelven a reírse; ¡este Mario! Luego se marchan escaleras
arriba. Mario las mira. Mira sobre todo la espalda de Silvia, la melena de
Silvia. Oye su risa. No sabe si ella va a volver a buscarlo mañana. No sabe, si
vuelve, qué historia va a contarle mañana. Sí sabe que no va a atreverse a
contarle la historia de verdad, esa que ella no puede imaginar. Que él, hace
tres noches, saltó una valla por pensar que tenía la remota posibilidad de
intrigarla y poder convertirse en la pobre imitación de Sherezade que ahora
era.
Mario
sonríe. ¿Qué va a hacer si no?
Arriba,
en el muro de ladrillos, y por orden del director, el señor de mantenimiento
está rociando la pintada con un buen chorro de disolvente.
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