Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que, así como don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron en el entierro del pastor Crisóstomo, él y su escudero se entraron por (...) un prado lleno de fresca yerba...
Don Quijote y Sancho se detienen a descansar y olvidan atar a Rocinante, quizás por su naturaleza mansa. Sin embargo:
Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas (jacas), y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas.
Las yeguas lo recibieron con las herraduras y los dientes, y sus dueños, con palos y estacas, hasta quedar malparado. Cuando don Quijote se percata, insta a Sancho a la lucha, aunque este responde:
-¿Qué diablos de venganza hemos de tomar -respondió Sancho-, si estos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y quizá nosotros sino uno y medio?
Ante el ataque de don Quijote, los yangüeses responden con sus palos y estacas, "dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante."
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