Pío Baroja es uno de los autores más destacados del
Grupo del 98. De carácter tímido, solitario, huraño, muy pesimista e inconformista, nada de lo que le rodeaba le agradaba: ni las soluciones políticas, ni las creencias religiosas ni el amor. Tampoco confiaba en el futuro del ser humano. En definitiva, era un escéptico, un pesimista existencial, un misántropo.
Sus principales novelas son:
1. Novelas de acción:
- Zalacaín el aventurero.
- Las inquietudes de Shanti Andía.
2. Novelas de reflexión:
- La busca.
- El árbol de la ciencia.
Su estilo se caracteriza por la claridad:
- Sencillez en la construcción de las novelas, sin un plan definido y con finales generalmente abiertos. Son reflejo de la vida, como un proceso que se está haciendo continuamente, no terminado.
- Sencillez en el lenguaje: párrafos breves, frases cortas, vocabulario simple.
- Descripciones dinámicas del paisaje, con pinceladas rápidas, creando vagas sensaciones.
LA BUSCA.
ARGUMENTO: El joven Manuel, que ha pasado dos años con sus tíos en el campo, llega a Madrid, donde trabaja su madre como sirvienta en una pensión. En esta ciudad intenta Manuel buscarse la vida y para ello recorre distintos trabajos: la pensión donde trabaja su madre, la zapatería de su tío, un puesto de verduras, una tahona... Pero en todos los casos se ve obligado a marchar, hasta que queda en la calle definitivamente, sin trabajo y forzado a entrar en el mundo del hampa. Aquí conoce el hambre, la maldad, el dolor y la soledad, agravada por la muerte de su madre.
Como el Lazarillo de Tormes, Manuel es un niño que se cría en la calle. Lo que aprende de ella bien hubiera podido conducirlo a la delincuencia: hipocresía, crueldad con los débiles, descontrol de los instintos, crimen y bajeza moral. Sin embargo, el ambiente adverso de La busca no determina, finalmente, la conducta del muchacho.
El recorrido de Manuel acaba en un vertedero, que aparentemente representa el grado más bajo de la sociedad. Sin embargo, gracias al señor Custodio, el trapero, aprende los valores de la higiene, el orden, la disciplina y la habilidad de transformar los desechos en una manera de regeneración y contribución al progreso.
Aunque todavía sufre un desengaño amoroso y vuelve a la calle, el final de la novela es esclarecedor:
Todo el Madrid parásito, holgazán, alegre, abandonaba en aquellas horas las tabernas, los garitos, las casas de juego, las madrigueras y los refugios del vicio, y por en medio de la miseria que palpitaba en las calles, pasaban los trasnochadores con el cigarro encendido, hablando, riendo, bromeando con las busconas, indiferentes a las agonías de tanto miserable desarrapado, sin pan y sin techo, que se refugiaba temblando de frío en los quicios de las puertas.
Danzaban las claridades de las linternas de los serenos en el suelo gris, alumbrando vagamente por el pálido claror del alba, y las siluetas negras de los traperos se detenían en los montones de basura, encorvándose para escarbar en ellos. Todavía algún trasnochador pálido, con el cuello del gabán levantado, se deslizaba siniestro como un búho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros... El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria.
Aquella transición del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranquila de la mañana hizo pensar a Manuel largamente.
Comprendía que eran las de los noctámbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba también que él debía de ser de estos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.