El pasado día 16
de abril conocimos la triste noticia de la muerte por coronavirus del escritor
chileno afincado en nuestro país, Luis
Sepúlveda. Siempre ha sido uno de nuestros escritores favoritos. Uno de sus
libros, Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar,
siempre ha estado en la lista de libros recomendados en nuestro Departamento.
Son muchos los compañeros que la han leído a lo largo de estos años. Por ello, y
en forma de homenaje, os propongo en estos días que leáis su novela. Es una
historia muy breve, pero absolutamente conmovedora.
El subtítulo, como
el mismo autor indica, apunta que está recomendada “para jóvenes desde 8 a 88 años”. En días como hoy, el mejor
homenaje es releer o descubrir este librito.
¿DE QUÉ TRATA?
Es una historia protagonizada
por animales: Zorbas, un gato negro y gordo, y una gaviota. Localizada en
Hamburgo, ciudad en la que vivió el escritor chileno durante varios años tras
el exilio, podréis comprobar cómo la concienciación ambiental ya está presente,
a través de mareas negras y contaminación. Los humanos aquí aparecen como
responsables de todos los males y peligros.
La gaviota Kengah
ha caído víctima de la marea negra y no puede emprender el viaje de emigración.
A partir de aquí, son muchas las enseñanzas, a modo de fábula moderna, que nos
transmiten estos animales: la confianza,
la amistad… y, sobre todo, la importancia de cumplir las promesas contraídas
con honor. Porque, por encima de todo, esta novela es la historia de una
promesa. Zorbas le promete a la gaviota Kengah no comerse su huevo, cuidarlo y
enseñar a volar al polluelo. A pesar de las dificultades y peligros constantes,
Zorbas sigue cumpliendo su promesa, se rodea de sus amigos (como el gato
Sabelotodo, encuentra respuestas a todas las preguntas en la enciclopedia) y
entre todos consiguen su objetivo.
Aunque, sin duda,
la mayor lección que aprendió la gaviota y que nos traslada a todos los
lectores es que “solo vuela quien se atreve a hacerlo”.
Aquí os dejo un
fragmento. Probadla, seguro que os gustará:
Sería un bello encuentro. En eso pensaba Kengah mientras daba cuenta de su tercer arenque. Como todos los años, se escucharían interesantes historias, especialmente las narradas por las gaviotas del cabo de Peñas, infatigables viajeras que a veces volaban hasta las islas Canarias o las de Cabo Verde.
Las hembras como ella se entregarían a grandes festines de sardinas y calamares mientras los machos acomodarían los nidos al borde de un acantilado. En ellos pondrían los huevos, los empollarían a salvo de cualquier amenaza y, cuando a los polluelos les crecieran las primeras plumas resistentes, llegaría la parte más hermosa del viaje: enseñarles a volar en el cielo de Vizcaya.
Kengah hundió la cabeza para atrapar el cuarto arenque, y por eso no escuchó el graznido de alarma que estremeció el aire:
—¡Peligro a estribor! ¡Despegue de emergencia!
Cuando Kengah sacó la cabeza del agua se vio sola en la inmensidad del océano.
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