Es esta una historia sobre la inmigración y los problemas para acoger al extranjero que muestra nuestra sociedad actual. Además, se cuenta un viaje de ida y vuelta: comenzamos en el desierto y terminamos también allí. Es un trayecto geográfico pero también emocional, donde se van a encontrar distintas generaciones. Es un viaje hacia la búsqueda del paraíso, que no existe tal y como uno lo ha soñado. Tal vez el paraíso esté en las relaciones con las otras personas y no tanto en los lugares: África o Europa, da lo mismo. Dos historias paralelas se acabarán entrecruzando para siempre.
Tras el inicio en el desierto, conocerás a Joaquín (un chico que lleva en los ojos el desierto) y Mario, que se arriesgan siempre por una buena causa. ¿Cómo reaccionarías tú?
Te propongo que leas el comienzo, que tiene ya un ritmo trepidante:
En un gesto imprevisto, el padre de
Mario dio un volantazo y se desvió por una calle de un solo sentido.
-
¿Qué haces, papá?
-
Si no salimos del atasco,
vamos a llegar tarde vosotros y yo.
-
Pero por aquí vas en
dirección contraria al instituto.
-
Bueno, eso ya lo veremos.
El hombre se adentró en un laberinto
de calles de una sola dirección que se iban estrechando cada vez más. A juzgar
por la seguridad con que conducía, se diría que sabía muy bien lo que estaba
haciendo. También había coches allí que ralentizaban la marcha, pero el padre
de Mario se desviaba a derecha o izquierda según le dictaba su instinto. El
vaho iba cubriendo los cristales de Mario y Joaquín.
De pronto, cuando el vehículo iba
cogiendo por fin velocidad, una sombra salió entre los coches aparcados. Un
frenazo brusco, el sonido de los neumáticos resbalando en el asfalto mojado y
un golpe seco en el capó. Joaquín, que llevaba la cabeza apoyada en el cristal,
se dio en la sien y enseguida miró hacia delante. El padre de Mario estaba muy
alterado.
(…) – No lo he visto. Mierda.
Pero Mario sí lo había visto bien.
Era un hombre que había salido entre dos coches, mirando al suelo. Iba
encogido, arrebujado en una gabardina, y se tapaba la cabeza con una bolsa de
plástico. Ni siquiera le había dado tiempo a gritar.
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