ACTO XII.
SEMPRONIO. – Señor, ninguna gente parece, y aunque la hubiese, la mucha oscuridad privaría el viso y conocimiento a los que nos encontrasen.
CALISTO. – Pues andemos por esta calle, aunque se rodee alguna cosa, porque más encubiertos vamos. Las doce dan ya, buena hora es.
PÁRMENO. – Cerca estamos.
(…)
MELIBEA. - ¿Cómo es tu nombre? ¿Quién es el que te mandó ahí venir?
CALISTO. – Es la que tiene el merecimiento de mandar a todo el mundo, la que dignamente servir yo no merezco. No tema tu merced de se descubrir a este cautivo de tu gentileza; que el dulce sonido de tu habla, que jamás de mis oídos se cae, me certifica ser tú mi señor Melibea. Yo soy tu siervo Calisto.
MELIBEA. – La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a haberte de hablar, señor Calisto. Que habiendo habido de mí la pasada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo que entonces te mostré. Desvía estos vanos y locos pensamientos de ti, porque mi honra y persona estén sin detrimento de mala sospecha seguras. A esto fue aquí mi venida, a dar concierto en tu despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maledicentes.
(…)
CALISTO. - ¿Cómo, señora mía, y mandas que consienta a un palo impedir nuestro gozo? Nunca yo pensé que, demás de tu voluntad, lo pudiera cosa estorbar. ¡Oh molestas y enojosas puertas! Ruego a Dios que tal fuego os abrase, como a mí da guerrra; que con tercia parte seríades en un punto quemadas. Pues, por Dios, señora mía, permite que llame a mis criados para que las quiebren.
PÁRMENO. - ¿No oyes, no oyes, Sempronio? A buscarnos quiere venir para que nos den mal año. No me agrada cosa esta venida. ¡En mal punto creo que se empezaron estos amores! Y no espero más aquí.
SEMPRONIO. Calla, calla, escucha, que ella no consiente que vamos allá.
MELIBEA. - ¿Quieres, amor mío, perderme a mí y dañar mi fama? No sueltes las riendas a la voluntad. La esperanza es cierta, el tiempo breve. Cuanto tú ordenares. Y pues tú sientes tu pena sencilla y yo la de entrambos; tú solo dolor, yo el tuyo y el mío, conténtate con venir mañana a esta hora por las paredes de mi huerto. Que si ahora quebrases las crueles puertas, aunque al presente no fuésemos sentidos, amanecería en casa de mi padre terrible sospecha de mi yerro. Y pues sabes que tanto mayor es el yerro cuanto mayor es el que yerra, en un punto será por la ciudad publicado.
CALISTO. - ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Por qué llamas yerro aquello que por los santos de Dios me fue concedido? Rezando hoy ante el altar de la Magdalena me vino con tu mensaje alegre aquella solícita mujer.
PÁRMENO. – Por fe tengo, hermano, que no es cristiano. Lo que la vieja traidora con sus pestíferos hechizos ha rodeado y hecho, dice que los santos de Dios se lo han concedido e impetrado. Y con esa confianza quiere quebrar las puertas. Y no habrá dado el primer golpe, cuando sea sentido y tomado por los criados de su padre, que duermen cerca.
SEMPRONIO. – Ya no temas, Pármeno, que harto desviados estamos. En sintiendo bullicio, el buen huir nos ha de valer. Déjale hacer, que si mal hiciere, él lo pagará.
PÁRMENO. – No sé, no me digas nada; corre y calla.
(…)
SEMPRONIO.- No entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. Déjate conmigo de razones. A perro viejo no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de cuando de Calisto has recibido, no quieras que se descubra quien tú eres. A los otros, a los otros, con esos halagos, vieja.
CELESTINA. - ¿Quién soy yo, Semponio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio. A quien no me quiere no le busco. De mi casa me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. (…)
PÁRMENO. – No me hinches las narices con esas memorias.
CELESTINA. - ¿Qué es esto? ¿Qué quieren decir tales amenazas en mi casa? ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza? ¿Con una gallina atada? ¿Con una vieja de sesenta años? ¡Allá, allá, con los hombres como vosotros, contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino a los bueyes magros y flacos.
SEMPRONIO. - ¡Oh vieja avarienta, garganta muerta de sed por dinero! ¿No serás contenta con la tercia parte de lo que has ganado?
1. ¿Cómo es la personalidad de Pármeno y Semponio? ¿Qué rasgos de carácter reflejan cuando están esperando a Calisto a la puerta de Melibea? (Justifica tu respuesta señalando ejemplos tomados del texto). ¿Alguno de ellos ha evolucionado desde el comienzo de la obra hasta este momento del acto XII?
2. En este primer encuentro entre Calisto y Melibea, ¿qué rasgos podrían definir a cada uno de ellos? ¿Cuál es la mayor preocupación de Melibea? (Justifica tu respuesta tomando ejemplos extraídos del texto)
3. ¿Cuáles son los rasgos de la personalidad de Celestina causantes de su muerte? Entresaca alguna frase en la que Celestina aparezca orgullosa de su oficio.
4. Señala ejemplos de acotaciones incluidas en las intervenciones de los personajes, y que revelan el carácter dramático de la obra.